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En los cuatro poetas que se estudian en este pequeño libro (Boscán, Garcilaso, Acuña y Aldana) persiste en forma ya más directa, ya menos reconocible e importante, la convención del amor cortés a lo Petrarca. Mas las hermosas doncellas y damas, adoradas y servidas desde lejos por sus respectivos poetas, no gozan normalmente de suficiente realidad para que el lector tome tal juego en serio; y cuando se añade que la mayoría de las declaraciones y quejas amorosas contenidas en los poemas pertenecientes a esta tradición tienen tanto ardor como los silogismos de un piadoso escolástico, en ellos se nos brinda un muy escaso disfrute humano. Pero más allá de estas convenciones, que poco difieren de poeta a poeta, se descubren en sus versos otras facetas más entrañables con las que el lector puede identificarse o de las que puede compadecerse. Así, de mucha mayor incidencia que las vaporosas damas de la poesía cortesana fueron las negras imágenes del mañana que le representaba a Boscán su profunda depresión psicológica, o en Acuña el estudio de la poesía, la poética y la sabrosa contemplación de su propia alma a lo largo de los sucesos de su vida, como en Aldana, valiente soldado, sus poemas amorosos y tiernos iban dirigidos todos a su hermano Cosme, así como a otros hombres, casi todos ellos soldados. Garcilaso, en fin, en el centro del análisis poético de este libro, era poseedor de una extraordinaria sensibilidad que caracterizaba modelos poéticos y descripciones de la naturaleza con los que se anticipó a su tiempo.
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